ODCA: 63 AÑOS CONSTRUYENDO DEMOCRACIA

Por Manuel Espino

 

En el tramo final de mi responsabilidad como presidente de una institución continental de partidos políticos humanistas, la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), deseo agradecer el esfuerzo de tantos demócratas que durante más de seis décadas entregaron parte importante de sus vidas a la causa de la democracia en América. Quiero agradecer de manera especial a quienes fueron dirigentes de esta internacional. Su esfuerzo permitió una continuidad institucional que puso la estafeta de la historia en mis manos.

Un proceso de disgregación, de relegación del interés nacional en diversos países latinoamericanos, de mentira insolente y reiterada, de desdén de los valores humanos y de autoritarismos de Estado caracterizó a los pueblos de Hispanoamérica durante el siglo XX. A menudo, la vida pública era una mera explotación del poder, una simple sucesión de luchas y traiciones entre los profesionales de esa explotación. Los hombres adueñados del gobierno se alejaban cada vez más del interés nacional y se preocupaban exclusivamente de la retención del poder mediante la corrupción y el engaño, dando vigencia a regímenes caducos por insinceros, confusos y contradictorios, que no se limitaban en el uso de violencia física o de los múltiples medios de coacción que pueden usarse a nombre del Estado y burlando el derecho.

Frente a esta lastimosa situación en que se convulsionaban muchos países desde sus cimientos, Alceu Amoroso Lima, Eduardo Frei Montalva, Manuel Ordóñez, Dardo Regules, Rafael Caldera, Luis Bedoya, Bernardo Leighton, Manuel Francisco Sánchez, Radomiro Tomic, Tomás Reyes Vicuña, Heráclito Abreu Pinto, Andrés Franco Montoro, Rodolfo Martínez, Oscar Puigros, Enrique Martínez, Manuel Río, David Vega y Hernán Vergarai, entre otros (De acuerdo a datos de “Arte, Filosofía y Política, según el pensamiento de Jacques Maritain”, de José Gómez Cerda) justificaron en 1947 ante la Asamblea Constituyente de ODCA la necesaria idea de superar obstáculos para la subsistencia de los pueblos americanos. Llamaron a vencer resignaciones, a encontrar de nuevo el hilo conductor de la verdad y dar valor a la acción conjunta de voluntades para hacer que se respete y enaltezca la dignidad de la persona humana.

La sociedad latinoamericana parecía haber perdido la noción misma de trayectoria y de destino, pero aquellos preclaros personajes sacudieron la conciencia de quienes se habían congregado en Uruguay para una decisión trascendente y comprometedora de la fama y el honor de muchos en un empeño superior. Los instaba a parar la marcha ciega de los que, no queriendo ver los horizontes del progreso y la unidad latinoamericana, en su necedad avanzaban hacia lo desconocido. Aquellos democristianos advertían que la grave y magnífica responsabilidad de decidir sobre la suerte de nuestros pueblos recaía sobre todos sus miembros, por el deber primario de intervenir en la vida pública haciendo valer sinceramente sus convicciones.

Revestidos de autoridad moral, pidieron a quienes estaban fundando nuestra organización hacer en sus corazones una decisión inicial, e instituyeron la ODCA el 23 de abril de 1947. Desde una dimensión ética y con una visión integradora de la acción de las personas y de los pueblos, hace 63 años cobró vida una agrupación política permanente, de pensamiento humanista, comprometida a reordenar la convivencia humana hacia el bien común posible de las naciones de América.

Las gargantas pregonantes de quienes se erigieron como los primeros demócrata-cristianos en nuestro Continente comenzaron a gritarle a la conciencia ensordecida de muchos ciudadanos, llamándolos a despertar del pesado sueño de la abstención, el conformismo, la apatía y la ignominia.

Las voces testimoniales de nuestros fundadores, cuyos labios nunca ofrecieron excusa para iniciar una gesta heroica que parecía imposible, fueron como acicate suave que comenzó a mover las almas de hombres y mujeres que han caminado, desde entonces, entre piedras y abrojos, tras el ideal de la democracia en la justicia y en la libertad.

A la denuncia de las mentiras y desmanes que obstaculizaban el camino a la democracia y a muchas otras expresiones valientes, con frecuencia hubo una respuesta de represión. El ruido ensordecedor de la calumnia, la agresión física, la amenaza, el fraude y la cooptación, que favorece la defección y el colaboracionismo, que debilita el esfuerzo y cansa el entusiasmo, jamás hizo mella en aquellos primeros demócratas de la ODCA que algunas veces –como aún suele ocurrir– fueron señalados como estultos y necios.

Al paso del tiempo, muchas voces hicieron eco a las primeras. Con ardor y sacrificio, muchos patriotas hicieron propia la noble faena de sembrar, una y otra vez, la semilla del optimismo y la esperanza. La generosa entrega y sacrificio de cada vez más demócratas, en cada etapa de la vida de nuestra organización fue como torrente que ahogó la mediocridad de los indiferentes; que arrastró la mezquindad de los egoístas y limpió el pecado de quienes abandonaron su posición de espectadores para asumir la acción comprometida a evitar el dolor evitable de un pueblo sufriente.

Esa bendita necedad hecha perseverancia hoy es legado de dignidad. El devenir de los años dio la razón a quienes iniciaron esta maravillosa aventura, y a quienes emularon su ejemplo en cada momento de los últimos 63 años, superando las más difíciles pruebas de la lucha por la democracia y participando en un esfuerzo trascendente desde la oposición.

Como oposición cumplimos nuestra función informativa y formativa de la opinión pública para que cada ciudadano pudiera apoyar o censurar la actividad gubernamental. Fuimos oposición porque dimos cauce racional a la disidencia que pensaba como nosotros; porque alentamos la crítica libre por encima del dogmatismo político de facción; porque fuimos expresión del derecho de cada ciudadano a disentir de quienes ejercieron el poder con una visión patrimonialista y personalista.

Como oposición responsable, alentados por ese espíritu solidarista de los hombres y las mujeres de la primera hora, participamos en un esfuerzo trascendente de largo plazo, que siempre miró hacia arriba, más allá del horizonte; que buscó el fondo y no se conformó con atender la forma inmediatista que cura afecciones efímeras.

Así, evocando las voces proféticas de 1947, negando el oportunismo en cada coyuntura y sirviendo con desprendimiento a nuestros pueblos sedientos de justicia, en la lealtad a la causa de hacer patria desde nuestros partidos de exigencias máximas, poco a poco fuimos dejando nuestra hermosa experiencia de oposición.

Diversos pueblos nos han llamado al gobierno. Algunos de nuestros partidos han tenido o tienen la responsabilidad de ser gobierno nacional. Nuestra propia historia nos impele a ser fieles a la herencia recibida. Como oposición o como gobierno debemos honrar la memoria de quienes, por décadas, cuidaron y transmitieron el compromiso indefectible de construir un destino digno acrisolado en la mística que ha hecho posible, desde los gobiernos emanados de la ODCA, convertir las lágrimas de sufrimiento en riego fecundo de la tierra calcinada.

Ya en el siglo XXI nos toca ser facilitadores de la gestión gubernamental; apoyar a nuestros gobernantes en tanto cuanto, cada acción oficial, aporte a la obra del Bien Común y a la consolidación de nuestra democracia.

Por congruencia doctrinal, nuestro papel es ser eje vinculante entre los gobiernos y la sociedad, siempre vigilantes del buen desempeño del primero para beneficio de la segunda. La propia experiencia nos sugiere que, en definitiva, debemos asumir a plenitud nuestra vocación de gobierno, manteniendo la antorcha del ideal en alto. Es momento de volver a empezar y renovar el compromiso de servir a nuestras comunidades nacionales en el espíritu de nuestros fundadores, sin renunciar a nuestros originales principios y valores. En esta nueva era, sin perder nuestra función gestora, articuladora y vertebradora de las demandas sociales legítimas, hemos de ser, desde el humanismo político, los principales promotores de instaurar la democracia donde no existe, de fortalecerla donde es una realidad incipiente y de consolidarla donde está aportando condiciones de prosperidad.

63 años de historia de la ODCA reclaman una ovación respetuosa a nuestros antecesores. Reclamo, como diría Jaime Sabines, por aplaudir y cantar las glorias de nuestros fundadores, de nuestros dirigentes y militantes de todos los tiempos, de los batalladores silenciosos cuyo murmullo victorioso sugiere el renacimiento del espíritu de origen y la poderosa sencillez de nuestros principios llevados con rectitud de intención, con magnanimidad y eficiencia en la nueva etapa.

 

No hay comentarios: